Como los mosquitos

     


     -No, medialunas a esta hora, no. De facturas, no me queda nada.

     El tipo que me atiende es un pelirrojo muy pecoso, muy gay, muy amable, y se ofrece a llevarme el café con leche a la mesa. Elijo una del fondo y me siento exactamente a las 8 en punto de la noche. Lo sé porque lo veo en el televisor gigante que cuelga a mi costado y que transmite, a un volumen mucho más alto del que me gustaría, las noticias. Los conductores del programa parecen muy divertidos al tiempo que en el zócalo rojo se lee: “Nuevo deporte: salto de molinetes en Retiro”.

     Tengo dos horas antes de ir a buscar a mi hija a la salida de un workshop de actuación y pienso aprovechar el tiempo para escribir un poco. A mi derecha, veo por la ventana el bar de barrio al que descarté antes de entrar acá. Parece tranquilo y cálido, pero tiene ventanas abiertas al exterior y como los mosquitos de mierda están insoportables, preferí el amparo y la protección de estos interminables blindex de la YPF Full, sucursal Caballito.

     Cuando por fin el pelirrojo me acerca el café, mira sin escrúpulo la pantalla de mi tablet y se detiene un rato en la impoluta página en blanco. Luego me sonríe condescendiente y mientras se retira un pelado desagradable le hace un chiste homofóbico de mal gusto. A todo esto, en la tv se muestran a pantalla completa los pies desnudos del presidente y su novia. 

     Por lo menos el café está bueno. El shot de cafeína me anima a ensayar una oración que rompa el hielo, pero justo me distrae una mujer que entra al bar. Tiene un top violeta y un short bien ceñido al cuerpo. No parece ser argentina y confirmo mi prejuicio cuando la escucho pedir en un claro acento colombiano un café con medialunas. “Cómo no, corazón” le responde el pelirrojo.

     La indignación me dura poco porque irrumpe un playero de la estación para pedir cambio en efectivo. El tipo se queda sosteniendo la puerta abierta con la espalda y el pelirrojo se toma todo su tiempo para buscar los billetes. Yo no puedo dejar de pensar en los mosquitos del orto y trato de mirar para otro lado. Ahora, los alegres conductores del noticiero pasan al jefe de gobierno que dice que “la gente en situación de calle revuelve muy mal la basura, desordena”. 

     El pelado del mal chiste, además de un vozarrón molesto, tiene una remera tan blanca como mi página y un collar de semillas desproporcionado de grande. Está en lo que parece ser una cita con una mujer de unos 55 años a la que interrumpe con comentarios imbéciles cada vez que quiere decir algo. No logro descifrar si está seguro de sí mismo o nervioso por la situación. Veo que en un movimiento osado le agarra la mano y mirándola a los ojos le dice: -Yo, lo bueno que tengo, es que siempre estoy de buen humor. 

     Dos mesas más atrás, la colombiana moja una medialuna en el café con leche y se la lleva lascivamente a la boca. Me detengo un rato en sus labios carnosos y sensuales. Está que se parte de fuerte y, por fortuna, desde mi posición puedo verla entera. La mano que no sostiene la medialuna, scrolea la pantalla de un celular con funda de color rosa rabioso. De pronto, deja el teléfono en la mesa, baja la mano y se rasca la pantorrilla, cerca del tobillo. Mosquitos hijos de mil putas. 

     Un grupo de muchachos que hasta ahora estaban bastante calmos y en silencio, empiezan a reírse y a hacer comentarios mientras miran y señalan la tv. Un notero entrevista a una mujer en la cola del colectivo. Ella está muy apenada por el aumento del transporte y se emociona. El notero, aprovechando la situación, le hace mil veces la misma pregunta al tiempo que el resto de los pasajeros va subiendo al colectivo. Escucho que uno de los pibes del bar dice “se le va a ir, se le va a ir”. Cuando el colectivo arranca dejando a la mujer abajo, lo festejan como un gol.

     No tuve suerte, ya casi son las diez. Me levanto de la mesa para ir a buscar a mi hija y antes de cerrar la tablet, veo que solo escribí una frase y que para colmo no es mía. Lo escribió Søren Kierkegaard: "Una vez sucedió que en un teatro se declaró un incendio entre bastidores. El payaso salió al proscenio para dar la noticia, pero el público creyó que se trataba de un chiste y aplaudió con ganas. El payaso repitió la noticia y los aplausos eran todavía más jubilosos. Así creo yo que perecerá el mundo, en medio del júbilo general del respetable que pensará que se trata de un chiste."

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