Las duras campanadas fatales

   


Lo voy a lograr. Esta noche parece especialmente difícil, pero al final siempre lo logro. Lo que tengo que hacer es relajarme (qué fácil), tratar de no pensar en nada (ajá) y respirar. Eso, respirar. Respirar lento y pausado, si es posible. Aunque tampoco demasiado lento. Me debo estar pasando de lento porque siento que van aumentando de nuevo las pulsaciones y cuando me suben las pulsaciones, inmediatamente se me levantan los párpados, es como si tuviera que estar preparado para dar alguna batalla. Alerta es la palabra. Bueno, no pasa nada, vamos de nuevo; solamente por la nariz como dijo la chica del videíto de Tik Tok. 

     Pliinnc. ¿Qué fue eso? Qué no sea la canilla, por favor. Es raro que gotee la canilla, acá las cierran como si les fuera la vida en ello. Total después los cueritos me toca cambiarlos a mí. Pero es verdad que el último en bañarse fui yo. ¿La habré dejado mal cerrada? Como sea, no tengo que engancharme en eso, fue solo una gota. Tal vez, no vuelva a caer otra. Vos, dormite, Julián, dormite.

     Tengo que pensar más bajito. Siento que puedo despertar a Ro, y algo de eso pasa porque se da vuelta para mi lado, me abraza y cruza su pierna izquierda sobre mi cuerpo. Ojalá no me caliente. Hoy jugué tres horas al tenis y ahora, con Ro encima, noto mi cuerpo todavía más pesado; las piernas me laten, es como si quisieran expandirse más allá de lo que les permite la piel. Decían que el deporte era bueno para estas cosas y está claro que no. Creo que, en realidad, la cagué con dejar el vino los días de semana. Cuando me tomaba unas copas en la cena, dormía mejor. 

     ¡Paam! Eso fue un tiro. Seguro que fue un tiro, porque ¿quién tiraría un petardo a esta hora? Me pregunto qué habrá pasado, ¿algún robo que salió mal?, ¿una discusión que se fue de las manos?, ¿un crimen pasional? Es raro que haya sonado uno sólo, hay que ser muy frío para disparar un sólo tiro. A menos que haya sido un suicidio, en ese caso, por lo general, con un tiro ya es más que suficiente. 

     Dindon, dindon. Carajo, de un tiempo a esta parte, las campanadas de la Catedral suenan dos veces, debe estar mal configurada. Quizás sean las tres y media o las cuatro y media, no quiero ni enterarme, me tengo que dormir y no prestar demasiada atención a  “Las duras campanadas fatales” de las que hablaba Borges. No, Borges, no se te ocurra aparecer por acá con tus oraciones perfectas, rajá que necesito dormir, vos bien sabés que no es fácil. Pliinnc, ok, tendría que haberme levantado a cerrar bien la canilla, ahora sólo voy a estar esperando a que caiga la próxima gota. La voy a esperar dado vuelta, me voy a poner boca abajo porque ya no me dan más las piernas y lo último que quiero es que me venga un calambre. ¿Cómo puede ser que con los ojos cerrados siga viendo las lucecitas del módem? Debo tener las pupilas como dos pozos ciegos. Dindon, dindon, dindon… No intentes contarlas que eso te va a poner más ansioso. Dale, Julián, dormite de una buena vez. ¡Paam! Qué raro, otro tiro. Esto desecha mis hipótesis anteriores o por lo menos, las pone en duda. Fue, de nuevo, un tiro sólo. Tal vez alguien entró a la habitación, se encontró con el cadáver y preso del dolor y del pánico se suicidó también. No, pero es muy raro que haya dos suicidios en la misma noche, en el mismo barrio, en la misma habitación… Seguramente fue el tipo que se pegó el primer tiro, -Pliinnc-, que no murió del todo y cuando vuelve en sí, desesperado, busca la pistola e insiste en su primer plan. Un muerto que se suicida -Dindon, dindon, dindon…- es bastante borgeano; ¡carajo, Borges!, ¿no te dije que te fueras de acá? No ves que necesito imperiosamente dorm riiing, riiing, riiing, riiing.


Comentarios

Entradas populares de este blog

En el inicio

El Payaso

Corvinas plateadas